Cuando abro los ojos y veo que mi vida se esconde tras una
telaraña de años que no son los míos pero me invaden como si lo fuesen, añoro
el tiempo que desperdicio cada momento tan solo por amar. Vivo al borde de la intrínseca
pena aguada en el pasado y disuelta en el futuro, si es que lo tengo. Ayer ya
no vivía el padecimiento me inundaba y veía como por hacer feliz a los demás, yo, poco a poco me destruía. La edad no es un
problema, las sensaciones sí.
Luchando en el mundo donde vivo por no aparentar ni un
resquicio de sufrimiento en mi interior, muy poco a poco voy muriendo como un
desgraciado que creen hacer ver, que es un agraciado en la vida.
En el descenso hacia la nada me voy quedando sin sueños,
incluso sin poder abrir los ojos por la dichosa telaraña que empaña mis años.
Ahora me escondo entre muros de padecimiento, no quiero
hablar de él, ni soñarle, ni tan siquiera escribirle, pero aquí estoy escribiéndole
al quejido de mi ser. Ser, que por ser, nadie ve, tan solo siento y padezco yo,
día a día, noche a noche. Cómo hacer para que nadie te pregunte por él? que
nadie se dé cuenta de que esta? como disimular un gesto que me destroza y
disimular un angustioso momento de retorcimiento?
Ir y venir años tras año llevando el peso de la mochila
cargada de nada porque nadie lo ve.
Ahora ser valiente no sirve de nada porque de nada sirve
vivir con una valentía, que nada ni nadie podrá entender, ahora de nada sirve
ser un cobarde, porque de nada sirve vivir con una cobardía que nadie podrá
entender, unos te lastiman y a otros lastimas por algo que ni tan siquiera uno
mismo ha provocado pero que por la ingenuidad del mundo te han dejado
trastocado. Quizás no existe tiempo para entender que un dolor no se ve pero es
lo suficientemente duro para matar a alguien.
Quizás nadie puede ver lo que otros sienten hasta que no lo sienten ellos
mismos, quizás todos en algún momento de nuestras vidas tengamos que empatizar
con el dolor para poder conocerlo, entenderlo, sentirlo y jamás infravalorarlo aunque no se vea.
Espero que jamás sea tarde para darse uno cuenta del dolor
ajeno.
J.M.PASAL